miércoles, 18 de febrero de 2009

Hasta hace unas semanas el que aquí escribe estudiaba Bellas Artes, 3º para exactos. La verdad comencé la carrera solo queriendo “dibujar” y claro, entonces empiezas a comprender que te has metido en algo mucho mas grande. Se llama Arte. También te das cuenta que la mayoría de los alumnos y profesores usan esa palabra para excusarse en su pereza. Me refiero a esos profesores que no van a clase o a esos alumnos eternamente durmiendo borracheras. No es que yo hiciera más que nadie, pero realmente me llego interesar el concepto de “Arte”. Empecé a pensar en “Arte” y en “Obras de Arte”.
Así nació en mi el placer de contemplar y pensar en Kandinsky, Francis Bacon, James Turrell, Matisse, Rothko. Conocí de primera mano a Zobel, Antonio Lopez, Saura. Y tantos otros.
Recordaba todo esto una noche, hace unos días mientras paseaba a mis perras, Min y Ginebra, por el parque Vallparadis de Terrassa. Este parque me recuerda a una serpiente; es un camino largo y sinuoso y a sus costados se abren zonas verdes y parques infantiles.
Ese día no había ni viento ni frío. Las perras estaban oliendo un árbol, buscando información de la pequeña cultura social de los perros. Para apartar mis pensamientos de ciertos recuerdos... contemplé el árbol.

Miré el árbol, como si nuca antes hubiese visto uno. Intenté observarlo como si el concepto de árbol no existiera en mi mente. Y lo que ví es lo siguiente;
Una forma vertical, de irregularidad orgánica pero dura se levanta desde el suelo , es de color pardo. Como una espina clavada en el suelo. A cierta altura parece que la estructura principal estalla en todas las direcciones en subdivisiones mas finas y cortas cada vez. Da miedo pues es duro y afilado. Da miedo pues es perfecto.
Eso me recordó la fabula del escultor obsesionado con los árboles. La leí en segundo de carrera. Y al menos se de tres versiones distintas que cambiaban sobre todo en el marco histórico. Yo solo conozco dos de ellas; una situada en la antigua Grecia y otra en el París de principios del siglo XX. Os contaré la que a mi mas me gustó. La que esta ambientada en Paris en plena época de las vanguardias artísticas.

En los primeros años del siglo XX París vivía una orgía de movimiento. Era el centro del mundo, el centro del arte. Las mas increíbles teorías artísticas se discutían en los cafés. Picasso y Braque daban sus pinceladas cubistas y Dalí, como una tormenta en el horizonte, estaba por llegar. En ese delicioso caos de actividad y de ideas se encontraba un escultor. No era francés, se decía que venía del este, de algún país poco definido entre Europa y Asía. Su nombre era Cezar, y si tenía apellido nunca lo usó.
Solía ir por los concurridos cafés que frecuentaban los primeros surrealistas Se dice que entablo amistad con el poeta dadaísta-surrealista Tristán Tzara. Y aunque se codeó con todos los movimientos y todas las personalidades nunca fue uno de ellos. No le interesaba la violencia del cambio, no le interesaban los recovecos del subconsciente.
Por ello era un habitual del Tilleul. Un café oscuro donde las preguntas no eran bienvenidas y solo estaba animado por un viejo gramófono con versiones inaudibles de música de Wagner.
Cezar tenía una obsesión especial. Como escultor había llegado a la conclusión que no había mayor perfección dominando el espacio que la forma compleja de un árbol Que se extiende en todas las direcciones, como una explosión estática. A su vez no veía mayor belleza que el del cuerpo desnudo del ser humano. Mucho tiempo estuvo contemplando la insuperable escultura de Dafne. Trasformándose en Árbol; las delicadas ramas, las hojas casi tan finas como el papel.
Normalmente después de beber marchaba a su estudio, al sur de Montparnasse, lo suficientemente lejos del resto de artistas y cerca de un parque de tilos, hoy desaparecido. Solía quedarse en este parque horas, pensado en como recoger esa esencia de “Árbol”.

Por las mañanas trabajaba. Sus últimas obras consistían en hierro soldado. No hacían si no imitar a los árboles. Ramificándose. El veía en esas esculturas el vacío de aquel que solo copia a la naturaleza creyéndose alcanzar algo y las desechaba airado.
A media mañana, cuando la luz entraba por la ventana haciendo que el desordenado estudio cobraba vida, llegaba su modelo.
La modelo si que era francesa, pero no parisina. Decía venir de un pueblo del sur, y le encantaba describir sus paisajes y sus gentes. Y como había llegado a Paris en busca de fortuna como cantante y actriz. Se hacía llamar Anita. Mientras se desnudaba su tono solía volverse melancólico, como sus sueños truncados. Cezar apenas si la escuchaba. Pero la miraba, la analizaba como artista con su ojo deshumanizado y la deseaba como hombre. Era bella, su cuerpo era delgado, y las proporciones eran adecuadas. Tenían unas piernas largas y unas manos con dedos angulosos y afilados. Su pelo moreno solía llevarlo recogido, pero sabía que era largo y salvaje. Y sus ojos abultaban desde el interior, dándole un aspecto extraño que el no podía si no destacar.
El escultor opinaba que si no se hacían apuntes del cuerpo humano y bocetos en barro uno se oxidaba y se echaba a perder porque olvidaba la técnica y la belleza del cuerpo.

Hago un inciso, en la versión griega de esta historia Anita es un joven adolescente masculino de belleza deslumbrante y exquisito pudor. Bueno prosigo con la fábula.

Cezar solía empezar con apuntes al natural de su modelo desnuda pero solía terminar la sesión con extraños dibujos de formas hibridas entre Anita y un Tilo, entre Anita y un Pino, entre Anita y un Sauce. Al final los árboles desprovistos de hojas se convertían en sus propias esculturas sintéticas. Y la mujer se unía a ellas, en una forma hibrida que su parte de hombre las notaba como eróticas.
Finalmente cada mañana despedía a su modelo y revisaba el trabajo hecho. Nunca estaba satisfecho, sus esculturas le parecían frías y sus dibujos incompletos en su bi dimensionalidad.

Si, como habrás adivinado Cezar en su amargura y obsesión empezó a perder la paciencia y la orilla de la realidad. Las peleas con la modelo empezaron pronto. Ella no alcanzaba lo que el denominaba “expansión estática” y terminaba despidiéndola a gritos cada mañana. No mejoro cuando en una exposición una de sus piezas fue ridiculizada por los cubistas. Que la veían ridícula y falta de agresividad y visión.
Cezar no volvió por mucho tiempo a los cafés, y pasaba el tiempo borracho en su estudio, adelgazando y dibujando en parques y jardines. Destruyó gran parte de sus obras y se quedo estancado. Sin saber que hacer fue llegando la fecha de la gran exposición que todo artista incipiente podía hacerse un nombre.

En los cafés sus antiguos amigos se preguntaban por Cezar, hacía semanas que no venía y además, ni siquiera aparecía por el parque. Dicen que Tristán echaba de menos especialmente a Cezar y que en alguna ocasión osó ir a buscarlo a su estudio. Pero no consiguió ni que le abriera la puerta. En los cafés se comentaba que se había fugado con Anita a un pueblo perdido del sur de Francia donde se plantan girasoles. Se rieron de esa supuesta historia durante días, añadiéndole detalles morbosos y explícitamente sexuales.

Llegó el día de la gran exposición. Todas las miradas estaban puestas en los nuevos maestros, ya fueran Picasso o Matisse o alguno de esos nuevos surrealistas. Las pinturas, todas envueltas en un movimiento interno que solo ellas mismas eran capaz de explicar, colgaban de las paredes. Unas pocas esculturas y objetos se diseminaban por aquí y por allá. Algunas aun cubiertas, sin haberse presentado al público. Por allí deambulaban artistas que comentaban sus obras, amigos de estos y algún coleccionista que gustaba de arte moderno y extravagante. Mención especial para los críticos, que vestidos con ropas oscuras parecían espiar desde las esquinas con sus narices de cuervo y su abultada soledad.
No pocos repararon en Cezar, y en su obra aun cubierta por una tela blanca. Se dice que cuando la tela descubrió la obra el mismo Picasso se quedo sin palabras. Aun cuando la policía se llevo al desquilibrado artista la obra permaneció allí durante horas. Anita miraba desde el pedestal de sus raíces, atravesada por decenas de ramas de acero, con una belleza que pronto se marchitaría con la putrefacción.


Ya, y me preguntareis “¿Si es una fábula donde esta la moraleja? ¿Y los animales que hablan?" Bueno, esta fábula tiene todo eso; te enseña el vacío de nuestras obsesiones frente al mundo, y los animales... los animales somos nosotros.

2 comentarios:

Arkhausto dijo...

Joder...

Bueno cabe destacar la descripción del árbol :D y la vuelta que da la historia... ^^ puro jevi metal! xD

Diré una cosilla de cultivo propio; muchas veces me parece que el arte es la faceta humana de unir expresión y curiosidad. Esto tiene doble sentido, pero supongo que es fácil de entender...

Saludos Arkhaustiles!! Arrr!!!

エリザベート dijo...

Me encanta tus "vuelta a la tortilla" (xD)
Aunque, si me gustaria una ilustración de la obra, debio ser impresionante (que si, es una fabula).
Las obsesiones por algo la mayoria de veces es malo y si, nos convierte en animales, cosa que ya somos.