jueves, 19 de marzo de 2009

Historias Prohibidas IV

Siete cigarrillos

El interior del paquete de tabaco le devuelve la mirada; siete cigarrillos esperan en el pequeño espacio. El mismo parece un cigarro encerrado en la cabina del ascensor. Coge uno de ellos y se lo lleva a los labios, lo enciende y respira a través del filtro con el placer de un adicto. Son las 11:49 de la mañana, lo comprueba mirando el reloj dos veces; hace 34 horas que llego al ascensor, solo dios sabe cuantas ganas tiene de salir de allí, solo dios sabe cuantas tiene de no salir nunca mas. Un vistazo alrededor y el minúsculo espacio parece encoger. Se encuentra habitando un ascensor viejo; la paredes están revestidas con una chapa metálica que imita la madera, no hay espejos y ocho botones se ordenan en columna; cinco para los pisos, uno para la planta baja, otro para detener el ascensor y otro mas para conectar la alarma por si te quedas encerrado en su interior, este último no lo pulsará. No puede dejar de fijarse en el botón del piso cuarto; el número esta ligeramente inclinado, le irrita verlo así y durante unos instantes no deja de mirarlo. Las luces blancas e impersonales del neón le agobian y el aire viciado empaña las puertas automáticas de acero. Siente la respiración pesada, es la ansiedad, se agazapa en el suelo y se queda contemplando el suelo lleno de cenizas y colillas. Tiene mucha sed, fuma para huir de la sed, para huir de los recuerdos, para huir del mundo. Se permite un pensamiento pasajero, recuerda a su hermana, solo un instante.

Tiene dos años mas que el, pero es dos cabezas mas baja, le recuerda despidiéndose de el con un ademán – Hoy comeremos juntos-. La ceniza se cae como copos de nieve sobre su pantalón vaquero mientras se pregunta que habrá sido de ella. El cigarro se consume sin apenas tocarlo y el se centra en sus pantalones; no recuerda como se ha roto la pernera derecha, pero el desgarrón ha dejado el pantalón para tirar, un escalofrío le sube por la espalda al intentar imaginar como se ha roto. Tiene mucha sed. Tiene hambre, necesita respirar.

Se despierta horas después, se durmió debido a la sed, piensa, ha sido un sueño tranquilo sin pesadillas ni recuerdos; el sueño de los inocentes, al menos eso quiere creer. 38 horas en menos de dos metros de espacio. Sin agua, sin comida. Con miedo. Un nuevo vistazo al ascensor, con sus ocho botones, el del cuarto piso con el número inclinado; las paredes recubiertas de chapa que imita madera; la barandilla de aluminio; la agobiante luz blanca de neón. Se marea, intenta concebir un sueño tranquilizador pero es imposible. Piensa en todo el mundo, fuera del ascensor, ajeno a el. Sabe que tiene que salir, le da miedo pero tiene que salir. Sigue fumando lentamente, eso le ayuda a olvidarse de todo. Solo le quedan cuatro tristes cigarros.

A las 44 horas vuelve a mirar el paquete de tabaco, un solo cigarro habita el paquete arrugado. Siente simpatía por su último cigarrillo que automáticamente le recuerda a el mismo. Nada impide que se lo lleve a la boca y lo encienda. Ha decidido que tiene que salir; dará al botón del cuarto piso, ligeramente inclinado, y será la primera vez que se mueva desde que se subió al ascensor y presionase el botón de bloqueo. Una suerte que el ascensor fuera viejo y tuviera tal botón. No piensa en su huida hasta allí, en su lucha por vivir cada segundo, no piensa en la muerte.

El hambre le hace pensar en la comida que ya no tendrá con su familia; su madre y su padre hablando del trabajo y el de su casi finalizada carrera, su hermana sarcástica y amistosa. Imagina un plato humeante de carne guisada con abundante salsa, guisantes, patata y zanahoria. Sazonada, por que no, con pimentón. Todo ello regado con vino rojo y oscuro. Se le escapa un sonido parecido a la risa. Que ironía pensar en comer en esos momentos.

Aspira con profundidad el aire viciado y con olor a tabaco. Son las 22:17. Lo comprueba mirado el reloj dos veces. Piensa si debería rezar algo pero no cree en nada y se sentiría estúpido. Da al botón del cuarto piso, el ascensor se pone en marcha de manera brusca. Y se detiene de igual forma cuando vuelve a pulsar el botón de bloqueo antes de llegar a su destino; pega la cara a la puerta de acero cierra los ojos y escucha: Nada, solo el olor metálico de las puertas y el acelerado sonido de su corazón. Una última calada y tira la humeante colilla al suelo. El ascensor se acciona cuando vuelve a pulsar el botón del cuarto piso. Aun esta exhalando el humo de la última calada cuanto las puertas metálicas se abren. El aire viciado con olor a tabaco huye del ascensor y se mezcla con el olor dulzón y desagradable de la carne muerta, aun sigue saliendo humo de su boca cuando grita, cuando una docena de manos le arañan y desgarran, cuando unos fríos dientes le atraviesan la carne. Quizás piensa en su hermana, quizás reza, quizás solo muere.

La colilla del último cigarrillo aun humea en el ascensor, cuando su cadáver medio devorado se reanima en el suelo del cuarto piso.

3 comentarios:

Arkhausto dijo...

Se me borró el comentario (y era extenso xDD) así q lo resumo: Escribes sobre cosas (en general, no solo este) que a mi ni se me ocurren... cosas humanas y morales, etc, cosas que tratan la "maldad" de una forma profunda...

Por decirlo así.

Me voy a echar un rome... XDDD

Saludos Arkhaustiles!! Arrr!!!

Sentei dijo...

Viva!! una historia desesperante con un final con zombies!! y con una narrativa deliciosa! que mas se puede pedir!??

エリザベート dijo...

Añadir algo al manual de para sobrevivir a una invasión zombie:
- Ascensores son seguros.
- Lleva un desodorante (un pack) siempre encima a modo de lanzallamas si eres fumador.

xD